martes, agosto 04, 2009

IMAGINACIÓN Y MEMORIA. Artículo de opinión de Igor Filibi, profesor de Relaciones Internacionales de la EHU-UPV

La memoria y la imaginación, pasado y futuro, marcan nuestro devenir. La memoria no es el pasado, sino el pasado que queremos recordar, o quizás el que somos capaces de soportar en la actualidad. Pero vamos cambiando, constantemente, y con nuestra evolución también se va modificando nuestra percepción del pasado. Esto sucede tanto a nivel individual como colectivo. En ocasiones es necesario el paso terapéutico del tiempo para poder aceptar ciertas verdades. Cada sociedad está marcada por sus propias circunstancias y ritmos.
España, por poner un ejemplo cercano, aún no es capaz de incorporar a su historia oficial un relato consensuado de los penosos años de la Guerra Civil y la posterior dictadura. No sólo no se puede elaborar una historia común, sino que ni siquiera se puede debatir el asunto en público. Las víctimas aún no tienen la misma consideración, según el bando en el que combatiesen o muriesen, a pesar incluso de la reciente y tan polémica Ley de la memoria histórica. Un ejemplo personal: mi aitite cobró hasta el final de sus días una pensión notablemente inferior a la de alguien del otro bando, el vencedor.
Todavía hay quien considera que hablar de estas cosas es remover lo que ya estaba quieto. Quieto sí, muerto y enterrado en cualquier fosa común, en cualquier arcén de alguna carretera secundaria, muerto por alguien del mismo pueblo y en ocasiones de la misma familia, muerto a veces por la ideología y a veces por simple envidia. Quienes piensan que es mejor no tocar lo que no se movía no comprenden que sólo se aprende de lo que se recuerda. España, a pesar de su modélica transición (alguien debería comenzar a recordar también ciertas cosas sobre cómo se hizo esta transición), verdadero mito fundacional de su precaria democracia, tendría que aprender algunas cosas que se hacen mejor en otros lugares.
No hace falta irse al ejemplo de manual, Sudáfrica, para observar cómo desarrollar de forma consensuada una Comisión de la Verdad. Saber qué pasó es un derecho inalienable de las víctimas, pero, además, es un pilar necesario para edificar una nueva sociedad. Sobre todo si se quiere que esta sociedad sea democrática, abierta e inclusiva.
Vayamos a América latina, a tres países con muchos elementos de contacto con el Estado español. Perú, Argentina y Chile han decidido construir museos de la memoria histórica sobre los episodios más turbios y sangrientos de su pasado reciente. Dictaduras, secuestros y asesinatos, desaparecidos y represiones serán objeto de recuerdo en estos lugares. Es preciso observar las fechas para valorar en su justa medida estos hechos. El periodo de la Junta militar argentina se acabó en 1983 -seis años después del régimen franquista-, la dictadura de Pinochet finalizó en 1990, y la violencia que asoló Perú terminó hace tan sólo nueve años. Sin embargo, estos países están siendo capaces de afrontar, con todas sus tensiones pero con todo el valor, su pasado.
No sólo quieren conocer lo que pasó, las atrocidades cometidas por todas las partes, ni se conforman con debatir el mejor modo de recordar en común estos hechos, sino que además desean crear instituciones que velen por este recuerdo para que se transmita a las futuras generaciones. Me parece que hay más cultura democrática y más deseos de convivir en estos países, a los que muchos españoles miran por encima del hombro, que en algunas transiciones supuestamente modélicas y que se les trata de exportar. Creo que en Perú, Argentina o Chile son muy conscientes, sabiamente, de que sólo se puede vivir en común con quien se es capaz de compartir el recuerdo. Por ello, en un plazo de dos años, Lima, Buenos Aires y Santiago de Chile albergarán estos museos de la memoria.
La memoria va ligada a la imaginación, a la forma en que cada sociedad se imagina a sí misma en el futuro. Son los soñadores quienes crean los mundos posibles. Pensar un futuro es, por supuesto, mucho más fácil si se parte de un pasado aceptado por todos. La visión del futuro necesita incorporar una visión del pasado que lo haga creíble, razonable e incluso necesario.
Esto es lo que sucedió con la Europa arrasada por las bombas. Europa ha ido perdiendo a los líderes que vivieron las guerras mundiales. Hoy en día ningún dirigente europeo recuerda en carne propia lo que fue la guerra en Europa. Por suerte, claro, pero también por desgracia. No hace falta haber vivido las guerras para recordar lo que fueron, lo que significaron el hambre, el genocidio, el racismo, la barbarie, todos contra todos, niños combatiendo por la esvástica o por la hoz o por el imperio o por el sueño americano. El pasado fue lo único que pudo unir a Europa, olvidando por un momento los nacionalismos de Estado, los imperialismos y la colonización europea del mundo.
Los combatientes sufrieron por igual en ambos bandos, y la solidaridad de las trincheras hizo posible el sueño conjunto de una Europa en paz. Es necesario recordar esto, la paz, porque casi todos los europeos vivos no recuerdan otra cosa. Dentro de la Europa comunitaria no ha habido guerras, y los conflictos balcánicos no hacen sino confirmar esta regla. Estamos viviendo, por lo tanto, el periodo más largo de paz que recuerda la historia europea. Este fue el futuro que soñaron Monnet, Schuman, De Gasperi, Adenauer y tantos otros federalistas europeos.
Pero para comprender esta hazaña es necesario recordar por qué se produjo, no pueden olvidarse la guerra civil española y las dos guerras mundiales, pues en ese caso no podría verse la necesidad de la integración. Quizás por eso, porque es tan difícil recordar lo que no se ha vivido, Chile, Argentina y Perú quieren construir museos de la memoria. Quizás por eso, porque ya se han jubilado o han muerto los líderes que vivieron las guerras civiles europeas, la Unión atraviesa esta crisis política.
Y quizás también España, como no es capaz de ponerse de acuerdo sobre su pasado tampoco es capaz de soñarse en el futuro. No sólo se trata del problema de encajar las naciones vasca, catalana, gallega, etc., sino que los propios españoles siguen divididos entre sí. Comparen el mapa electoral de las elecciones de 2000 ó 2004 con las elecciones previas al levantamiento de Franco y verán de qué estoy hablando.
(Deia. 4 / 08 / 09)