domingo, noviembre 16, 2008

DERRIBO DEL EMBLEMA DE LA REPRESIÓN FRANQUISTA. LOS VASCOS DE CARABANCHEL


Convertida en un mar de escombros fruto de los intereses urbanísticos, el recuerdo de la cárcel de Carabanchel sigue vivo para los centenares de presos políticos que pasaron por sus galerías. En su más de medio siglo de vida, el centro penitenciario ideado por Franco para confinar a todo aquel que no siguiera los postulados del régimen conoció motines, huelgas de hambre, intentos de fuga y mucha miseria. Republicanos, comunistas, abertzales… reclusos de toda índole y condición pasaron por sus celdas, que con la llegada de la democracia dejaron paso a la heroína y al sida, dos problemas que siguen pululando por las prisiones estatales. Tres presos políticos vascos que pasaron por el penal madrileño en diferentes etapas de la dictadura han relatado a DEIA sus experiencias dentro del lugar emblemático de la represión franquista.

Luis Mari Ormazabal: "La comida era pésima"

A punto de cumplir 84 años, desde su casa de Arrigorriaga, Luis Mari Ormazabal tiene grabado a fuego los nueve meses que pasó en Carabanchel. Su pecado, participar como representante de Bizkaia en el sexto congreso del Partido Comunista celebrado en Praga. Precisamente, en 1960, a su vuelta de la capital checa, fue detenido. Después de cuarenta días de palizas y maltratos psicológicos en los calabozos de Puerta del Sol, este comunista convencido ingresó en el penal madrileño para cumplir diez años de prisión. Comenzaba un periplo que le llevó a conocer las cárceles de media España. "Cuando me dijeron que iba para Carabanchel respiré tranquilo. No podía aguantar más las palizas de comisaría", recuerda emocionado Luis Mari, que cambiaría de impresión al conocer la vida en la galería 5.
La memoria es frágil y este militante del PC ya no recuerda muchas de las anécdotas que vivió junto a sus camaradas, pero de una cosa no se olvidará jamás: "La comida era pésima. Nos daban un cazo de rancho y un chusco de pan. Y para desayunar una taza de agua negra". Esta dieta forzó a Ormazabal y a otro centenar de reclusos a protagonizar una huelga de hambre en protesta por la calidad de los alimentos. Aunque los funcionarios de la prisión desbarataron cualquier intento de éxito. "Nos quitaron el agua y yo sólo aguanté cinco días", se lamenta este vecino de Arrigorriaga, que gracias a militar en el Partido Comunista pudo tener acceso a algunos privilegios dentro de la prisión, al contrario que el resto de presos: "Antes y ahora, en las cárceles todo funcionaba con dinero. Si al que controlaba la ducha le pagabas, tenías agua caliente. Y lo mismo ocurría con la comida".

Por el contrario, Luis Mari sigue lamentándose de los menores del reformatorio de Carabanchel, que se prostituían para poder llevarse a la boca un alimento en condiciones. En diciembre de 1960, este militante comunista fue trasladado al penal de Burgos. Allí coincidió con el poeta Marcos Ana, indultado tras permanecer entre rejas veinte años seguidos. Ormazabal pasó de nuevo por Carabanchel en 1972, como escala antes de llegar a la cárcel de Jaén. "Por lo menos la comida era mejor", rememora este hombre comprometido con sus ideales que volvería a hacer lo mismo si tuviese la oportunidad: "Mi deber era luchar contra el franquismo y lo hice. Me lancé a la aventura y no lo pensé, pero no me arrepiento".

Carlos Zarraga: Marcelino Camacho y los puros

Junto a los ya fallecidos Antón Landa y Joseba Goikoetxea -uno de los mandos de la Ertzaintza más activos contra ETA, asesinado por la banda el 23 de noviembre de 1993 frente al Ayuntamiento de Bilbao-, Carlos Zarraga fue detenido en 1975 cuando preparaba la celebración del Aberri Eguna.

Por aquel entonces, este vecino de Zaratamo militaba en el PNV y esperaba un camión "del otro lado", aunque la mercancía no llegó a buen puerto. De la cárcel de Basauri pasó a la de Carabanchel para cumplir dos años de prisión, pena que posteriormente fue anulada con la muerte de Franco.

Pero Zarraga no se quedó con los brazos cruzados. "El deber de todo preso es intentar escaparse y yo colaboré en ello". Unos reclusos de ETA estaban cavando un agujero en uno de los baños del patio y Carlos se encargaba de cargarles las pilas y de limpiarles la ropa para no llamar la atención. Entre polimilis y milis, los tres únicos militantes del PNV intentaban pasar los tiempos muertos como podían. Haciendo de la necesidad virtud. Con una pared y un trozo de lana convertido en pelota, eran constantes los partidos de pelota. Y si alguien se rompía el pantalón no había problema, rememora Zarraga. Antonia, uno de los transexuales recluidos en el Palomar -así llamaban el resto de presos a la galería en la que estaban los acusados por la ley de vagos y maleantes-, siempre se ofrecía para coser cualquier cosa

Si hubo un momento especial para este abertzale fue la muerte del caudillo. Días antes de que el dictador falleciera, Carlos Zarraga fue encerrado durante doce días en una celda de castigo. Allí, gracias a una radio que tenía un miembro del GRAPO, las noticias sobre el delicado estado de salud del máximo dirigente del régimen se extendieron como la pólvora. Llegó el 20-N y al salir de las celdas, los puros Montecristo fueron rulando entre los reclusos. Entre ellos, el histórico dirigente sindicalista Marcelino Camacho, que en más de una ocasión dio algún que otro habano a Carlos.

Javier Ortiz: Asiduo a Radio París

En el verano de 1974, el delicado estado de salud de Franco hace que el todavía príncipe Juan Carlos asuma la jefatura del Estado de forma interina. Con la Guardia Civil en alerta, el periodista y escritor donostiarra Javier Ortiz, que por aquel entonces tenía 26 años, es detenido en una carretera del Pirineo catalán cuando se dirigía en coche al exilio. Militante de Euskadiko Mugimendu Comunista (EMK), Ortiz fue sorprendido por una patrulla de la Benemérita cuando regresaba de hacer unas entrevistas para el periódico de su partido. Aunque posteriormente fue indultado, los tribunales franquistas le impusieron una pena de quince años y dio con sus huesos en Carabanchel.

"Era un momento muy especial. Todo el mundo se daba cuenta de que Franco se moría y nadie sabía qué iba a pasar, por lo que los funcionarios nos dejaban vivir en paz", señala Javier, asiduo desde su celda a las emisiones de Radio París y la BBC, cuyos boletines informativos pasaban de boca en boca por la "galería de los políticos". A cambio de dos botellas de vino -el trueque estaba a la orden del día entre los reclusos-, se agenció una mesa de trabajo. Y fruto de su buena relación con un funcionario, Ortiz pudo contar con una máquina de escribir, aunque todavía se lamenta de que no le dejaran introducir una guitarra, una de sus grandes aficiones.

En el patio, los partidos de fútbol eran habituales, aunque siempre ganaban los mismos. Al menos eso dice Javier. "Jugábamos los vascos contra el resto. Teníamos a un chaval que era delantero en los juveniles del Real Madrid que metía todos los goles. Era una máquina", sonríe este antiguo integrante del EMK, que por su condición de preso político, al contrario que Luis Mari Ormazabal, no pasó hambre en el penal. Lo suyo, según relata, fue un festín tras otro.

"Aunque parezca mentira teníamos una celda reservada para colgar los jamones que nos mandaban las Comisiones Pro Amnistía", destaca Ortiz, que todavía recuerda la Navidad de 1974. Con langostinos de sobra y los reclusos empachados, los funcionarios que vigilaban las celdas cenaron a costa de los presos.

Antes de morir Franco, Javier abandonó Carabanchel. Su salida no pudo ser más emotiva. Sus compañeros de celda, puño en alto y cantando La Internacional, le hicieron un pasillo para despedirle. No era la última vez que iba a estar allí. En el año 2000, con la cárcel ya vacía, regresó para clausurar su celda, la 127: "Pensé que me iba a reír, que lo tenía superado, pero cuando entré en aquel agujero me eché a llorar".

(Deia y Noticias de Gipuzkoa. 16 / 11 / 08)